
F. Alberto Cuadra prologa en Granada el 1ro. de mayo de 1914 el Homenaje / tributado / en el LXXIV de nacimiento / el 3 de noviembre de 1900 / al / notable hombre público / Don Anselmo H. Rivas / Managua / Tipografía Nacional–Avenida Central, 1914. 85 p. Se trata de la crónica de la velada que tuvo lugar en la Gran Sultana catorce años antes, con motivo del 74 cumpleaños del prominente intelectual conservador; y, sobre todo, de la reproducción de numerosos artículos y textos breves en reconocimiento a sus virtudes, publicados en El Periódico, diario local.
Anotó el prologuista: «La mayoría de los escritores de nuestra patria, sin distinción de colores políticos, colaboraron en dicho homenaje en reconocimiento a la honradez y patriotismo personificado en Anselmo Hilario Rivas». Entre ellos, cabe destacar los artículos de los liberales José Dolores Gámez (18511918), José María Moncada (18701945) y Manuel Coronel Matus (18641910), rescatado a continuación.
Por cierto, no está incluido en mi monografía El apóstol suicida del liberalismo… (Managua, JEA-Editor, 2019. 142 p., il.).

La referida velada estuvo a cargo de las alumnas del Colegio Sagrado Corazón de Jesús, dirigido por doña Francisca Berta Rivas, hija de don Anselmo. Entre otras, Celia Arana, Albertina Benard, Sara Barquero, María Camila Cuadra, Medea e Irma Cole, María y Esmeralda González. Ellas cantaron, bailaron, recitaron, escenificaron, etc. y la profesora de piano, Matilde Downing de Cuadra, interpretó el aria de El Trovador. Al final, el homenajeado agradeció la función, concluida a las 11 de la noche. «La concurrencia fue obsequiada con buenos refrescos y una cena frugal» ––informó El Periódico. Allí figuraban estas líneas del expresidente Joaquín Zavala (18351906): «Yo no conozco en Nicaragua otro hombre que haya servido con más desinterés y abnegación a sus amigos, a su partido y a su país que don Anselmo H. Rivas». Éste, nacido en Masaya el 3 de noviembre de 1826, falleció en Granada el 7 de mayo de 1904. JEA.

CON LA insolencia propia del soldado ensoberbecido, acaba do exclamar el general [Valeriano] Weyler [y Nicolau (18381930), Duque de Rubí, primer Marqués de Tenerife]:
Lo que no pudo la palabra en mucho tiempo, lo pudo mi espada en un instante. Se engaña de todo punto el verdugo de los cubanos. Su espada ha podido vencer en una intriga palaciega en Madrid, pero no pudo pacificar a Cuba. Pudo su tiránico acero efectuar la centralización cubana: pudo hacer morir de miseria, perecer de hambre a millares de familias inocentes en la Gran Antilla; pero no pudo salvar a España, y nadie como él contribuyó a perder a la noble y generosa nación que descubrió a América.
Sin los horrores de la espada de Weyler en los campos cubanos quizá no habría sobrevenido la intervención norteamericana y con ella el desastre de España. Desengáñese el militar despótico y cruel de los españoles: poco puede la espada y todo lo pueden la palabra y la pluma. La obra de la fuerza es pasajera; la de la inteligencia, que es la de la palabra, que es la de la pluma, es duradera.
Solo perduran en el mundo las ideas. La fuerza, o la espada, al servicio de ellas es altamente útil a la sociedad, pero abandonada aquella a sí misma, o en choque con las ideas, no funda nada que sobreviva, o es causa de perturbaciones y desgracias en la humanidad.
Esto pensaba yo al ver que el nombre de Anselmo H. Rivas va a ser aclamado por la prensa de Nicaragua, lo que vale decir por el país entero, el día 3 de noviembre próximo, con motivo de que en esa fecha cumplirá el notable nicaragüense 74 años de edad.
El señor Rivas no es poderoso, no es rico ni está encumbrado en la sociedad de tal modo que atraiga sobre sí todas las miradas de los que se pagan de lo que a la vista sobresale; por el contrario, está caído en política, es probo y modesto, humilde y retraído, está cargado de años y pesadumbres, cargado de achaques y vive pobremente, ejerciendo el oscuro cargo de profesor de un colegio particular, y al cuidado de su familia que lo demanda su apoyo. No tiene oropeles ni vanidades y pasa sus días sin las probabilidades de un encumbramiento repentino, sin más esperanza que la de que venga a cerrar sus ojos y a poner fin a las injusticias de la vida, el ángel de la muerte, ese mensajero de la Providencia que nos trae a los mortales en sus manos el bien supremo.
Si esto es así y nuestras incipientes sociedades no dan su aprecio sino a lo que brilla al exterior, a lo que mete ruido, a lo que puede o paga; ¿por qué fenómeno inusitado entre nosotros va a recordarse a Anselmo H. Rivas, y a tributársele una manifestación tan merecida? Yo me complazco en creer que es porque hasta en los pueblos nacientes a la civilización como el nuestro, triunfa la pluma. La del señor Rivas ha sido manantial de luz que ha iluminado por muchos años el oscuro horizonte de nuestra patria.
Periodista meritísimo, decano de nuestra prensa, ha señalado con los caracteres luminosos de la imprenta, senderos para la marcha de nuestra sociedad en el trabajoso ascenso del progreso. Él y Rigoberto Cabezas [18601896] son los fundadores del diarismo en Nicaragua.
Inteligencia privilegiada, corazón generoso, supo comprender a aquel joven cuando, movido por febril entusiasmo, le demandó su concurso para establecer El Diario Nicaragüense. También al que escribe estas líneas le ayudó el señor Rivas en sus aficiones literarias, y fue su autorizada y bondadosa palabra la primera que le alentó públicamente para la labor del periodismo.
Cábeme hacer constar aquí que ni Cabezas ni yo éramos correligionarios políticos del señor Rivas; y él nos tendió su mano en apoyo de nuestras aficiones. No es el señor Rivas un intransigente. Pruébanlo lo dicho y que más tarde, en 1886, en 1887 y 1891 admitió en El Diario Nicaragüense, de neta filiación conservadora, artículos míos en defensa de ideas y gobiernos liberales.
No juzgaré al señor Rivas como afiliado de un partido y como hombre público. Ni tengo autoridad para ello, ni hay espacio en este artículo que debe ser breve, según se me pide. Bástame decir que el señor Rivas ha sido un hombre de convicciones profundas y leales, un hombre de buena fe, un hombre honrado. Fue por muchos años el colaborador más conspicuo de los gobiernos conservadores; y fue tal su consagración al servicio de la causa nacional, tal su desprendimiento, tal su desinterés, que hoy vive en medio de la más honrosa pobreza, ganándose trabajosamente la vida con el sudor de su frente, ya cansada por los años y por la faena larga de la existencia.
Yo quisiera escribir muchas páginas acerca de ese noble anciano que a los 74 años se dedica todavía a la enseñanza de la juventud, y trabaja honradamente para agenciarse el sustento de la vida; pero otras de mayores empeños que la mía deberán pregonar también los méritos sobresalientes del ilustre ciudadano.
Tengo muy a mi pesar, pues, que poner fin aquí a estas líneas desmazaladas como mías. Pero quiero antes decir que no temo el criterio mezquino de los intransigentes o mal pensados que tildan a uno como yo, de filiación tan bien conocida en política, dentro y fuera de Nicaragua, de apóstata porque reconozco el mérito ajeno sobre el estrecho molde de las escuelas o las sectas, o porque cultivo relaciones de amistad con personas que no comulgan en la mía.
No me toca a mí hacer profesión de fe; quede ella para los que trafican en todos los partidos. Quiero también decir que si siempre he colaborado con gusto en El Periódico, sin temor a criterios menguados o malignos, hoy acepto con sumo agrado la invitación de escribir estos renglones en homenaje a uno de los hombres más dignos, más puros, más meritorios: el gran nicaragüense ANSELMO H. RIVAS.
Managua, 31 de octubre de 1900.
(Cortesía de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua).