«Como ciertos personajes de [Mauricio] Barrés, quiere usted [Rubén] saberlo todo, verlo todo, conocerlo todo y expresarlo todo. Su intelecto es un cinematógrafo que refleja incesantemente las mil fases de la sensibilidad, de la sabiduría y del pensamiento universal».
Enrique Gómez Carrillo: «La vida parisiense. A Rubén Darío». El Cojo Ilustrado, Caracas,
5 de octubre, 1897, p.771, COMO ERA de esperarse, Rubén Darío (1867-1916) no fue ajeno ni indiferente al invento de los hermanos Lumière, quienes dieron su primera función pública del cinematógrafo en el sótano del Gran Café, en París, la noche del 28 de diciembre de 1895. Es cierto que en 1916, cuando falleció el Cisne de América, el cine continuaba siendo silente; pero él pudo apreciar su importancia. Así lo declaró en la crónica «Evocaciones artísticas» al recomendar en Buenos Aires la creación de un museo antropológico moderno de nuestra América –desde los tiempos incaicos y los de Moctezuma hasta la independencia y más acá aún– para constituir «un espectáculo hermoso e instructivo».
En dicho museo, según él, podía aplicarse a la reproducción artística del pasado el método del barón de Kanzler, agregando: «La fotografía, las proyecciones, son hoy un elemento admirable en las conferencias. Y si se aplica el cinematógrafo, tanto mejor» (El Cojo Ilustrado, Caracas, XIII, 1904, p. 320; véase Gerald M. Moser y Hensley C. Woodbridge: «Colaboraciones rubendarianas en El Cojo Ilustrado de Caracas», Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación, nim. 104, julio-septiembre, 1999, pp. 25-27).
Admirando el bioscope americano en Londres
Dos años después, Darío asistió en Londres a una amplia sala, presidida por el telón blanco, para admirar el bioscope americano, uno de los pioneros sistemas de proyección cinematográfica. El artista de circo Randall Williams lo había popularizado en Inglaterra cuando, en 1897, convirtió la Ghost Show, que solía presentar en las ferias, en un Film Show. En su crónica «Londoniana. Diversiones inglesas» (La Nación, 14 de junio de 1906), Rubén anota que «un telón blanco lo anuncia», para describirlo: –«Entre los temblorosos chorros de luz que atraviesan la sala a oscuras, surgen en la gran sábana muchedumbres de movimientos, barcos que cortan las aguas, muelles embanderados. El rey de Inglaterra desembarca en Atenas; y cuando el soberano se lleva la mano al bicornio, las gentes baten palmas. Y ha de acabar el número óptico con las sabidas payasadas de cómicos incidentes. Aquí es un hambriento que se roba una pierna de carnero y es perseguido por un ejército de transeúntes. Después son las aventuras y desventuras de una vieja de mala sombra. Noto que las gentes ríen con parsimonia, sin faltar carcajadas que podrían pasar por absolutamente meridionales». RD: Crónicas desconocidas: 1906-1914, edición crítica y notas de Günther Schmigalle (Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 2011, pp. 15-16).
La crónica como film.
A partir de enero de 1910, Rubén Darío comenzó a publicar en La Nación, de Buenos Aires, una serie de breves crónicas tituladas «Films». Cuarenta y cuatro sumaron esas entregas: «Films catalanes» (una), «Films de la Corte» (cinco), «Films de París» (veintinueve), «Films de travesía» (una), «Films de viajes» (cuatro), «Films habaneros» (tres) y «Films» (únicamente dos). Pero, como cada serie constaba, en su mayoría, de tres piezas vinculadas entre sí, la cantidad de films suman casi el centenar. Estas series han sido rescatadas por el dariísta alemán Günther Schmigalle en el segundo volumen –ya citado– de su compilación crítica.
Otras, exactamente dieciocho, incluyó Darío en la sección inicial de su libro Todo al vuelo (Madrid, Renacimiento, 1912): «Films de París». No contienen juicios literarios, ni opiniones sobre aspectos políticos, sino retratos vivos de personajes y precisas descripciones urbanas, parisinas, en una prosa condensada, influida por las imágenes sucesivas del lenguaje cinematográfico. Véase este fragmento de un «Film habanero», tomado de las crónicas recogidas por Schmigalle. Me refiero a «El Vedado»: –«Barrio de gentes ricas de cuyos pintorescos chalets con jardines salen las amas blancas y las criadas negras, unas a montar en sus automóviles o carruajes, las otras a hacer sus compras. Por las calles pasan cantando sus mercancías los vendedores de frutas, y por las mañanas, en ciertas calles, hay un ruido de dos mil diablos. Son los proveedores, son las carretas que vienen de las huertas cercanas, son los mulatitos que gritan, El Habana Post, El Mundo o El Triunfo. Por las noches se oyen ecos de cantos y música de pianos en las moradas donde hay mujeres admirables. ¡Admirables las habaneras de El Vedado!» (Vease JEA: «Rubén Darío y el cine» El Nuevo Diario, 31 de enero de 2015).