En Los Raros (Buenos Aires, La Vasconia, 1896) Rubén Darío afirmó, refiriéndose a Henrick Ibsen (1828-1906), que ese visionario de la nieve militaba «contra los engaños sociales; contra los contrarios del ideal; contra los fariseos de la cosa pública; cuyo principal representante será siempre Pilatos; contra los jueces de la falsa justicia; los sacerdotes de los falsos sacerdocios; contra el capital cuyas monedas, si se rompiesen, como la hostia del cuento, derramarían sangre humana; contra los errores del Estado; contra las ligas arraigadas desde siglos de ignominia para mal del hombre y aún daño de la misma naturaleza; contra la imbécil canalla apedreadora de profetas y adoradora de abominables becerros; contra lo que ha deformado y empequeñecido el cerebro de la mujer logrando convertirla en el transcurso de un inmemorial tiempo de oprobio, en ser inferior y pasivo; contra las mordazas y grillos de los sexos; contra el comercio infame, la política fangosa y el pensamiento prostituido…»
Este párrafo, antológico por su vigencia, lo escribió su autor –Darío– cuando consolidaba en Buenos Aires el movimiento modernista: primero de carácter estético surgido en la América española antes que en la antigua metrópoli. Sus dos libros bonaerenses lo sintetizaban, constituyendo devocionarios para su generación y la siguiente.
Los Raros era una colección de diecinueve ensayos -sobrecargados de erudición y entusiasmo creador– sobre igual número de maestros literarios: uno de lengua inglesa (Edgar Allan Poe), otro noruego que escribía en el idioma de su patria, similar al danés (el ya citado Ibsen), otro en portugués (Eugenio de Castro), otro en español (José Martí, el único latinoamericano) y catorce de expresión francesa. Como se ve, ninguno peninsular. Y es que Darío creía en la indigencia mental, o atraso, de España y en el desarrollo superior de las fuerzas productivas en Argentina que sustentaba un florecimiento intelectual.
He aquí el párrafo en que fija ambas: «la innegable decadencia española -señalaba Darío– aumentó nuestro desvío, y el verdadero o aparente aire de protección mental y el desprecio que respecto al pensamiento de América manifestaban algunos escritores peninsulares, secó en absoluto nuestras simpatías y nos alejó un tanto de la antigua madre patria, por lo que la actual generación intelectual, los pensadores y artistas que hoy presentan el alma americana, tienen más relación con cualquiera de las naciones de Europa, que con España… Al mismo tiempo en el Río de la Plata se realizaba el fenómeno sociológico del nacimiento de ciudades únicas, cosmopolitas y políglotas como este gran Buenos Aires, flor enorme de una raza futura. Y tuvimos que ser entonces políglotas y cosmopolitas y nos comenzó a venir un rayo de luz de todos los pueblos del mundo».
Pues bien, la cosmópolis sudamericana facilitó a Darío ejecutar Prosas profanas: todo un triunfo deslumbrante de la lucha intelectual que hubo de sostener, unido a sus compañeros y seguidores, en defensa de las ideas nuevas, y la libertad del arte. Una maestría de orquestación y elegancia cosmopolita, concertación artística y armónica, flexibilidad métrica y rítmica, renovación y preciosismo en el lenguaje, más equilibrio de formas parnasianas y simbolistas.
Simultáneamente, Prosas profanas concretó la teoría poética de Darío. En este libro cardinal, si bien la poesía es ocupación –oficio, disciplina– en el lenguaje, es también visión totalizante de la realidad física y preocupación metafísica. La renovación del estilo (observa el crítico boliviano Oscar RiveraRodas) se realiza tanto a nivel de expresión como a nivel de contenido. De ahí la errática afirmación de reducirlo a una dimensión formal y esteticista, en virtud de sus encantamientos musicales y logros expresivos. Y agrega: «Estética y ética, la nueva poesía no es sólo (sic) consecuencia de elaboración lingüística señalada por el poeta: atención a la melodía, que contribuye a la expresión rítmica, novedad en los adjetivos, estudio y fijeza del significado etimológico de cada vocablo, aristocracia léxica; la poesía ahora es enfrentamiento con el mundo con la dualidad platónica que abarca el mundo intelligilis y sensibilis». En otras palabras, la cosmovisión de Darío reconoce al mundo sensible de las cosas –captados por los órganos sensoriales– y el mundo inteligible de las mismas, aprehendido por la reflexión.
De ahí su poema filosófico «Coloquio de los centauros», en donde Darío plantea su cosmovisión como enigma: Las cosas tienen un ser vital: las cosas / tienen raros aspectos, miradas misteriosas; / toda forma es un gesto, una cifra, un enigma…