Cuentos fantásticos de Rubén Darío
Para mí, «El caso de la señorita Amelia» es el cuento fantástico más interesante de Darío y el segundo centrado en el tiempo. Ya no narra un hecho futuralizándolo, es decir: acaecido seis años después que lo ha redactado («Un sermón»). Tampoco cuenta su amistad con un amigo literato, preterizándola, o sea: fingiéndola como si hubiese ocurrido en la Italia del renacimiento.9 Ahora indaga en un fenómeno insólito: la detención del tiempo.
Narrador-testigo, Darío comienza hablando de un personaje durante una cena de Año Nuevo en casa de un amigo bonaerense. Minna —la hija del anfitrión— y cuatro convidados se hallan en el comedor rococó: el periodista Riquet, el abate Pureu, el narrador-testigo y el elocuente e ilustre Dr. Z., cuya obra La plástica de Ensueño había visto luz recientemente. El Dr. Z. (de calva, única, insigne, hermosa, lírica) existía: era «un des maîtres de l’occultisme contemporain», según el editor del libro de Eliphas Lévi: Les Mysteres de la Kabbale. Es el Dr. Z. quien cuenta el «caso» de Amelia Revall, pero antes de hacerlo vacila: teme que no se le crea y expresa su convicción de los límites de la ciencia: Nada se sabe. Ignoramus et ignorabimus. ¿Quién conoce a punto fijo la noción del tiempo?
¿Quién sabe con seguridad lo que es el espacio? Va la ciencia a tanteo, caminando como una ciega, y juzga a veces que ha venido cuando logra advertir un vago reflejo de luz verdadera.
El fundador de la familia Revall había sido un excelente caballero francés, cónsul de su país; y su casa era vecina a la del Dr. Z., quien de joven visitaba a las tres señoritas Revall: Luz, Josefina y Amelia, de apenas doce años. Entre las dos hermanas mayores repartía sus miradas incendiarias, pero la menor era su preferida. Cuando llegaba a la casa, la primera en recibirlo era Amelia: ¿Y mis bombones? —le preguntaba.
Darío, como narradortestigo pone en boca de este otro sabio obeso: He ahí la pregunta sacramental. Yo me sentaba regocijado, después de mis correctos saludos, y colmaba las manos de la niña de ricos caramelos de rosa y de deliciosas grajeas de chocolate, los cuales, ella, a plena boca, saboreaba, con una sonora y húmeda música palatinal, lingual y dental. El por qué de mi apego a aquella muchachita de vestido a media pierna y de ojos lindos, no os lo podré explicar; pero es el caso que cuando por causa de mis estudios tuve que dejar Buenos Aires […] en la frente de Amelia incrusté un beso, el más puro y el más encendido, el más casto y el más ardiente ¡qué sé yo! de todos los que he dado en mi vida.
Sin duda, la atracción hacia aquella chiquilla es muy superior a la que el Dr. Z. sentía por sus hermanas. Pero viaja al Oriente en busca de la verdad, lleno de juventud —frisaba en los treinta años— y de sonoras flamantes esterlinas de oro, sediento de las ciencias ocultas. Veintitrés años más tarde —tras intensos estudios y realizar otros viajes por Asia, África, Europa y América—, retorna a Buenos Aires. Ha vuelto gordo, bastante gordo, y calvo como una rodilla, aunque siempre soltero y
dispuesto a indagar el paradero de la familia Revall. «¡Los Revall, me dijeron, las del caso de Amelia Revall!» Intrigado, el Dr. Z. da con la casa, donde todo tenía un vago tinte de tristeza. Luz y Josefina, aún eran solteras. En cuanto a Amelia, no se atrevió a preguntar nada. Quizás mi pregunta llegaría desoladamente. El cuento concluye: En esto vi llegar saltando a una niñita cuyo cuerpo y rostro eran iguales en todo a los de mi pobre Amelia. Se dirigió a mí y con su misma voz exclamó: —¿Y mis bombones? Yo no hallé qué decir […] Mascullando una despedida y haciendo una zurda genuflexión, salí a la calle, como perseguido por algún soplo extraño. Luego, lo he sabido todo. La niña que yo creía fruto de un amor culpable, es Amelia, la misma que yo dejé hace veintitrés años, la cual se ha quedado en la infancia, ha contenido su carrera vital. Se he detenido para ella el reloj del Tiempo, en una hora señalada ¡quién sabe con qué designio del desconocido Dios!
El Dr. Z. era en este momento todo calva… Todo calva «significa que en este momento su calva era más que nunca la característica más sobresaliente de su fisonomía y de su personalidad» —anota Günther Schmigalle, quien se inclina a pensar que el cambio de la versión original (todo calva) a todo calvo (presente en las posteriores reproducciones) no fue introducido por Darío, sino que obedeció a un error tipográfico.10 Por lo demás, ya se han identificado las fuentes reveladoras de la pasmosa erudición dariana de este cuento: principalmente libros teosóficos franceses de la época. Entre ellos, La science occulte: magie pratique, révélation des mysteres de la vie et de la mort (París, E. Kohl, 1890).
Pero continúa siendo válida la afirmación de Lida: que «El caso de la señorita Amelia», anterior a los cuentos de Las fuerzas extrañas de Lugones, desembocan Edgar Allan Poe, el «Les bras nus de la servante» —con sus divagaciones sobre «l’extrahumain» y «l’hyperphyque» y toda la literatura fantástica de ese siglo [el XIX]: el de Nerval y Louis Bertrand, el de Hoffman y Permus Borel. Para el maestro argentino, «El caso…» es: «una nueva y espeluznante versión de ‘La ninfa’; el obeso monsieur se llama ahora el doctor Z., amigo epistolar de madame Blavatzky, y su figura, más ridícula que misteriosa, contrasta violentamente con el núcleo del relato, donde lo sobrenatural anda en relación, no con las amables bromas de ninguna ninfa parisiense, sino con lo trágico, incomprensible y desgarrador».11
9 Véase su prólogo a Pequeña obra lírica, de Rufino Blanco Fombona, incluido en Tierras solares (1904). Consúltese la edición de Noel Rivas Bravo (Sevilla, Editorial Don Quijote, 1991, pp. 176179).
10 Véase a Günther Schmigalle: «Problemas textuales en la edición de los cuentos de Rubén Darío: El caso de la señorita Amelia». Anales de Literatura Hispanoamericana, núm. 43, 2014, pp. 190207 y Repertorio dariano 20152016. Bianuario sobre Rubén Darío y el modernismo hispánico. Compilador: Jorge Eduardo Arellano. Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 2016, pp. 4156.
11 «Estudio preliminar», en RD: Cuentos completos. Edición y notas de Ernesto Mejía Sánchez […] México, Fondo de Cultura Económica, 1950, pp. LXILXII.