Rubén Darío ante los Estados Unidos-II
Búfalos de dientes de plata
Darío reconocía que nuestra América no concretaba aún una expresión propia de su alma colectiva: Somos más viejos que el yankee; pero nuestro Emerson no se ve por ninguna parte; y lo que es nuestro Poe o nuestro Whitman… (“Almafuerte”, La Nación, 3 de marzo, 1895).
Sin embargo, en 1898 —a raíz de la aplastante derrota de España por los Estados Unidos— profundizaría su posición anticalibánica, remarcando su latinidad: No, no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son enemigos míos, son los aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros… (“El triunfo de Calibán”, El Tiempo, 20 de mayo, 1898). Y añadía:
El ideal de esos Calibanes está circunscrito a la bolsa y a la fábrica. Comen, comen, calculan, beben whisky y hacen millones. Cantan home, sweet home y su hogar es una cuenta corriente, un banjo, un negro y una pipa. Enemigos de toda idealidad, son en su progreso apoplégico, perpetuos espejos de aumento; pero Sir Everson bien calificado esta como luna de Carlyle; su Whitman con sus versículos a hacha, es un profeta demócrata, al uso del Tío Sam; y su Poe, su gran Poe, pobre cisne borracho de pena y de alcohol, fue el mártir de su sueño en un país donde jamás será comprendido. En cuanto a Lanier, se salva por ser un poeta para pastores protestantes y para bucaneros y cowboys, por la gota de sangre latina que brilla en su nombre […] Tienen templos para todos los dioses y no creen en ninguno; sus grandes hombres, como no ser Edison, se llaman Lynch, Monroe, y ese Grant cuya figura podéis confrontar en Hugo, en el Año terrible. En el arte, en la ciencia, todo lo imitan y lo contrahacen, los estupendos gorilas colorados. Mas todas las rachas de los siglos no podrán pulir la enorme Bestia.
No, no puedo estar de parte de ellos, no puedo estar por el triunfo de Calibán.
Es imposible no admirarles
Pese a esta toma de conciencia, mientras admiraba la Exposición Universal en agosto de 1900 en París, tuvo que admitir: No, no están desposeídos esos hombres fuertes del Norte del don artístico. Tienen también el pensamiento y el ensueño. Los hispanoamericanos todavía no podemos enseñar al mundo en nuestro cielo mental constelaciones en que brillen los Poe, Whitman y Emerson.
Allá donde la mayoría se dedica al culto del dólar, se desarrolla, ante el imperio plutocrático, una minoría intelectual de innegable excelencia… Entre esos millones de Calibanes nacen los más maravillosos Arieles […] No son simpáticos como nación; sus enormes ciudades de cíclopes abruman, no es fácil amarles, pero es imposible no admirarles (Darío, 1901: 73-74).
Ese pueblo adolescente y colosal…
La descripción del pabellón de los Estados Unidos en la exposición universal de 1900 le ocupó a Darío algunos párrafos citables. Al preguntar en qué consistía la superioridad de los anglosajones, su acompañante norteamericano le respondió que el Congreso de su país había invertido en el megaevento siete millones y medio de francos. “Sobre la cúpula presuntuosa —consignó Darío—, el águila yanki abría sus vastas alas, dorada como una moneda de 20 dólares, protectora como una compañía de seguros. —Ustedes —dije a mis amigos—, que tienen buenos arquitectos y hasta la vanidad de un estilo propio, ¿por qué han elevado un edificio romano en vez de un edificio de Norteamérica?” Y le contestó el gringo:
—No hubiera quedado muy bien una casa de veinte pisos, a no ser que la colonia viniese a vivir en ella. En cuanto a lo romano, nos sienta perfectamente. Nosotros también podemos decir hoy: Ciris, etc.
En el pabellón imponen el repetido motivo del Capitolio. En dimensiones, es el más alto de todos. Sobre la base arquitectural triangular, se alza la vasta cúpula, en la que se posa el glorioso pájaro de rapiña. Hay un arco al lado del Sena sobre el cual la Libertad en el carro del Progreso, es llevada por una cuadriga; entre las columnas corintias del arco, el general Washington está montado a caballo.
Entramos. Mister Woodward ha dicho: “En lo interior de ese monumento el americano estará en su casa, con sus amigos, sus diarios, sus guías, sus facilidades escenográficas, sus máquinas de escribir, su oficina de correos, su oficina de cambio, su bureau de informes y hasta su agua helada”. Y mister Woodward tenía razón a fe mía.
Al penetrar en el gran hall, no encuentro sino compatriotas de Edison que van y vienen, leen periódicos, o consultan guías, o toman agua helada y oficinas por todas partes, en un ambiente de la Quinta Avenida. Allí hay un salón de recepción de la comisaría; más allá una serie de buzones; más allá, telégrafo; más allá un banco.
—¿Quiere usted cambiar algunos greenbacks o águilas americanas?
Me pregunta mi yanqui. Le contesto con mi modestia latina, que propiamente en ese instante, no tengo intenciones… Y agregó: “Las águilas vuelan tan alto como las odas!…”
A los dos pasos superiores se sube en ascensor made in United States.
—Aquí —me dice mi sonrosado compañero, primer premio de rowing— aquí está únicamente nuestra casa, nuestro home. Nuestro progreso, nuestras conquistas en agricultura, en ingeniería, en electricidad, en instrucción pública, en artes, en ciencias, en todas las labores y especulaciones humanas, están expuestas en los distintos grupos de la Exposición, como ya lo habréis visto. Venimos con la completa satisfacción de nuestras victorias. Somos un gran pueblo y saludamos al mundo […]
Ese pueblo adolescente y colosal ha demostrado una vez más su plétora de vitalidad. Como agricultores han ganado los norteamericanos justísimos premios; como maquinistas e industriales han estado en el grupo de primera fila, como cultivadores del cuerpo y de la gallardía humana un Píndaro de ahora merecen sus atletas discóbolos y saltadores; como artistas, ante los latinos que les solemos negar la facultad y el gusto por las artes, han presentado pintores como Sargent y Whistler y unos cuantos escultores de osados pulgares y valientes cinceles. En el Palacio de Bellas Artes se han revelado nombres nuevos, como Platt, como Winlow Horner, como John Lafargue, que aparece en la exposición con sus temas samoanos como el R. L. Stevenson de la pintura […]
Es tan vasto aquel océano, que en su seno existen islas en que florecen raras flores de las más exquisita flora espiritual. (¿En qué país de Europa se superan publicaciones como el Chap Book?) Whistler ha contribuido con su influencia a una de las corrientes en boga del arte francés contemporáneo. En la poesía francesa modernísima dos nombres principales son de norteamericanos: Villié-Griffin y Stuart Merrill. Los yanquis tienen escuela propia en París, como tienen escuela propia en Atenas […] Su lengua ha evolucionado rápida y vigorosamente, y los escritores yanquis se parecen menos a los ingleses que los
hispanoamericanos a los españoles. Tienen “carácter”, tienen el valor de su energía, y como todo lo basan en un cimiento de oro, consiguen todo lo que desean […]
Como se ve, Darío no pudo menos que reconocer la asombrosa energía creadora de la civilización norteamericana. Pero él también escribió no pocas páginas sobre la política exterior, conquistadora o imperial, de los Estados Unidos, y sobre su cultura; a la primera criticó y fustigó; a la segunda, siempre valoró.
Lamentaba los triunfos cartagineses y las victorias yanquis (discurso en el Ateneo de Córdoba, leído el 15 de octubre de 1896). Al mismo tiempo, era consciente del poderío estadounidense, de la norteamericanización del mundo: leyó y glosó en 1902 el libro sobre el tema del británico William Thomas Stead, el cual concluía aludiendo a la International Society of Christian Endevour, movimiento de la juventud fundado en Portland, Maine, 1881; y, entre otros libros y autores, al Poor Richards Almanac, de Benjamín Franklin, cuya sabiduría proverbial circulaba profusamente en Europa e incluso se tradujo en Nicaragua en 1897; al político y economista Henry George (1839-1897), autor del libro famoso Progress and Proverty (1879) y al socialista Edward Bellany (1850-1898) y su novela utópica Looking Backward (1888):
¿Cuáles son los medios con que la dominadora América americaniza? Tiene la religión, por medio de innumerables ejércitos de misioneros y asociaciones de todos los cultos e iglesias americanas. Hasta el espiritismo ha sido un útil medio en sus manos. Luego, la obra de Christian Endeavour Movement, se ha extendido en toda la tierra de habla inglesa.
Su influencia en el mundo intelectual y en el periodístico es grande. Desde el almanaque del Poor Richard hasta los ensayos de Emerson y la obra sociológica de Henry George. En el siglo pasado ha dado dos poetas de una originalidad y vuelo que se han impuesto al universo: Poe y Whitman. Sus humoristas han contagiado a todas las literaturas de la tierra, a punto de hacer pesado en más de un autor “gai” francés el tradicional y ligero espíritu de la risa gala. Novelistas como Bellamy han logrado fama en un momento.
Sus diarios son los colosos del diarismo mundial, y sus “magazines” son insuperables. En arte tienen un movimiento enorme que comienza a conocer el mundo; y la pintura saluda a Whistler como la escultura a St. Gaudens, entre los grandes maestros. Su ciencia ha conseguido varias victorias. Su teatro ha invadido plenamente a Inglaterra. Su sociedad se ha ennoblecido por alianzas, gracias a su riqueza. Yanquis son la virreina de la India, lady Curzon; como la duquesa de Marlborough, y como muchas tituladas de todas las cortes de Europa. En el mundo del sport son reyes los yanquis. Y el Trust tiene carta de ciudadanía norteamericana.
Son los directores actuales de la Fuerza en la Humanidad.