En el cuento dariano titulado, Mi tía Rosa, Roberto, el protagonista, envía un beso a su tía, su salvadora, su hada madrina. Rosa símbolo de la vida, que se marchita con el tiempo, persiste con su aroma en los sentidos y no se olvida en el corazón.
Como las flores que nos alegran, que aunque mueran, como la tía, perduran en el corazón de nuestro poeta, para confundirse en una ensoñación con un beso. Ósculo enviado a su última morada, permaneciendo para siempre.
Así, como canta el ruiseñor y nos adorna el colibrí, así el encanto aparecido de su hada madrina, ensoñadora y sonriente, así doña Bernarda Sarmiento, endulza la vida del poeta.
Vivía Roberto, con sus visiones y fantasías poéticas de su juventud. Juventud culpable de su locura, instrumento de la “divina orquesta”. El joven poeta no hacía más que lo que hacía el “ínimo gorrión de los árboles o el más pequeño pez de las aguas”
Habla a la primavera, habla a la aurora, habla a Venus su diosa favorita y divina. Escucha la música de las liras de sus musas. Ve y percibe las frutas y la codiciada del mal, de su paraíso, aún no perdido. En su alma florecía la gracia de la vida y del amor.
Roberto es descubierto in fraganti en “indoctos e imposibles Dafnis y Cloe, y según el verso de Góngora, las bellaquerías detrás de la puerta” con su vecina o con su prima Inés, la bella, como la describe Rubén “sana y virginal primavera” en el cuento Palomas blancas y garzas morenas.
El padre como un trueno lo reprende, la madre lo secunda, pero su tía Rosa aparece transfigurada como una hada madrina, al igual que las rosas de su jardín florido, que aunque se han marchitado, mantendrán su perfume.
“Os presento a mi tía Rosa Amelia, en el tiempo en que había llegado a sus cincuenta años de virginidad. Había sido en su juventud muy bella, […
Mi tía, tan linda se fue marchitando, marchitando, marchitando…”
Así fue la vida de Rubén, de luchas y sueños. Su amarga existencia le abrumaba, le pesaba, pero sus anhelos le evitaban perecer. Su tía Bernarda fue su redentora, iluminó su vida, en el viaje de sus cuentos, en el viaje de su existencia.
Roberto tendría que partir. Abandonando su jardín, su paraíso conquistado, con su cabeza “aja, triste triste”, realizando su último viaje, hacia el país de la muerte.
“Y como fuese entonces romántico y cabelludo, no deje de pensar en una vieja pistola…[…]
¡Dios mío! Mi buena tía Rosa me llamaba …; me llamaba con un aire que prometía algún consuelo, en medio de tantas desventuras. […
¡Se ríen de ti porque te quieres casar! Pues te casarás. Vete al campo durante un tiempo; […
En una mula bien aperada, y en compañía de un buen negro mayordomo, partí a la hacienda”.
Allí escribiría más poesía que nunca.
A su vecina “no la volvería a ver sino más tarde ya viuda y llena de hijos”. A su tía Rosa no la volvió a ver jamás, “porque se fue al otro mundo con sus azahares secos”.
Como en el Cuento de año nuevo, el cisne o príncipe encantado, se convierte en el eterno Salomón “emperador de la sabiduría y de la cordura”, dándole la inmortalidad a Rosa de las Rosas, de la misma manera, en el cuento, La resurrección de la rosa, el buen Dios, devuelve la vida a la rosa que marchitara el ángel Azrael. Así Rubén o Roberto, ha enviado un ósculo a la tía, simbolismo del amor, que perdurará en el alma del poeta, iluminando como un astro el firmamento e inmortalizándolo.
“Desde hoy, Rosa de las Rosas eres la cisnesa y la flor, juntas la fragancia y la armonía, los níveos hechiceros a los pétalos encantadores”
Permitidme que, a través del tiempo y de la tumba, le envíe un beso, dijo Roberto.
Enviémosle pues, otro a Rubén, a su morada eterna, donde sus restos descansan, pero su gloria aún vive en nuestros corazones, endulzándonos con su pluma lírica, nuestra pasajera y fugaz existencia.
Curiosamente, el beso dirigido en el cuento a su tía Rosa, Rubén lo funde en un una ensoñación, como si fuese enviado simultáneamente a la tía Bernarda y a su madre, Rosa Sarmiento.
Josefina Haydée Argüello
Master en Literatura Española
Graduada de Saint Louis University
En Saint Louis, Missouri