Cuentos fantásticos de Rubén Darío
¿En qué reside el encanto de los cuentos
fantásticos? […] Reside en el hecho de
que siendo fantásticos, son símbolos de
nosotros, de nuestra vida, del universo,
de lo inestable y misterioso de nuestra
vida y sobre todo eso nos lleva de la
literatura a la filosofía.
Jorge Luis Borges
(La literatura fantástica. Buenos Aires,
Olivetti, 1967, p. 19).
A ENRIQUE Anderson Imbert, cultivador y teórico del género, se le debe la primera aproximación al cuento fantástico de Darío: una conferencia leída en Managua durante el centenario natal del gran poeta.
Su contenido pasó luego a integrar uno de los capítulos de su excelente libro totalizador sobre el padre y maestro mágico. Para el ensayista y narrador argentino, toda literatura fantástica ofrece el reemplazo de una realidad que ha quedado remota y contiene un esfuerzo para liberarnos de «la realidad», tanto de la física «que nos oprime desde fuera como de la psíquica que nos inunda con un turbión de sentimientos, impulsos e ideas». Con su fantasía, esta literatura declara caducas las normas que antes regían nuestro conocimiento y, en cambio, sugiere la posibilidad de la existencia de otras normas todavía desconocidas.
Entre las distintas modalidades de cuentos que escribió Darío, una decena al menos cabe dentro de esta definición general de lo fantástico.
En ellos el nicaragüense des/realizó la realidad con tu tejido verbal y sus formas ideales que emanadas del texto y, mientras se leen, se aprehenden con la memoria y la inteligencia. Díez, en efecto, fueron catalogados como fantásticos por José Olivio Jiménez. A saber: seis escritos y difundidos en Buenos Aires, durante su período argentino: «Cuento de Nochebuena» (26 de diciembre, 1893), «El caso de la señorita Amelia» (1ro. de enero, 1894), «La pesadilla de Honorio» (5 de febrero, 1894), «Verónica» (16 de marzo, 1896, reconstruido y titulado «La extraña muerte de fray Pedro»), «Thanatophofia» (2 de febrero, 1897), «D.Q.» (1899); y cuatro durante su etapa europea: «El Salomón negro» (15 de julio, 1899), «La larva» (1910), «Cuento de Pascuas» (diciembre de 1911) y «Huitzilopoxtli» (5 de junio, 1914).
Por su lado, en la Antología del cuento fantástico hispanoamericanos. Siglo XIX (1990), el chileno Oscar Hahn afirma que la evolución de la narrativa fantástica alcanzó un progreso cualitativo con la publicación, a partir de 1893, de algunos cuentos de darianos en los diarios El Tiempo y La Tribuna de Buenos Aires –ciudad propicia al género– y los de Leopoldo Lugones. Aparecidos entre 1897 y 1899, los del argentino fueron perfeccionados por su autor y recogidos en Las fuerzas extrañas (1906). Un siglo después, el español José Javier Fuentes del Pilar incluyó dos narraciones de Darío en su Antología del cuento fantástico hispanoamericano del siglo XIX (2003): «Thanatophobia» —su título original, tal como apareció por primera vez en La Tribuna— y «El caso de la señorita Amelia».
Pero lo fantástico propiamente dicho —de acuerdo con el teórico Tzvetan Todorov (1973)— se caracteriza por una percepción ambigua de acontecimientos aparentemente sobrenaturales. Enfrentados a ellos, el narrador, los personajes y el lector son incapaces de discernir si representan una ruptura de las leyes del mundo objetivo o si pueden explicarse mediante la razón. Al optar por la primera alternativa, el texto se ubicaría en el género maravilloso, y, al optar por la segunda, en el género extraño. Solo cuando se produce la incertidumbre, la vacilación oscilante entre las dos explicaciones posibles, el cuento alcanza la categoría de fantástico.
De aquí que, aplicando esta nomenclatura estricta, califican como maravillosos «Cuento de Nochebuena», «Verónica» —y/o «La extraña muerte de fray Pedro»— y «El Salomón negro», puesto que el hecho «misterioso» se explica por la intervención divina. A la categoría de extraños pertenecen «La pesadilla de Honorio», «Cuento de Pascuas» y «La larva», ya que en ellos el hecho también «misterioso» tiene explicación racional. Mayores elementos para ser clasificados como fantásticos poseen «Thanatophobia» —fechado en Buenos Aires, 1893, aunque difundido tres años después— iniciador de esta nueva dirección narrativa de Darío; «El caso de la señorita Amelia», «D.Q.» y, sobre todo, «Huitzilopoxtli».
Cuento de Nochebuena
En «Cuento de Nochebuena» (diciembre de 1893), Rubén Darío describe un milagro desafiante del tiempo y el espacio.
Un fraile organista —el hermano Longinos de Santa María, de maravilloso don musical— viaja a la aldea vecina de su convento y se pierde bajo la sombra de la montaña negra, mas percibe en el firmamento una hermosa estrella de color de oro y ve venir tres señores espléndidamente ataviados: los reyes magos. Anunciados por la borrica de Longinos de Santa María que, como la de Balaán, habla con viva voz, los reyes son descritos por Darío —en su calidad de narrador omnisciente— con minuciosos detalles, al igual que sus regalos al Dios recién nacido.
Longinos de Santamaría ha retrocedido tanto en el tiempo que asiste al nacimiento de Jesús, pero solo puede ofrecerle lo que tiene: lágrimas y oraciones, convertidos en los más radiosos diamantes por obra de la superior magia del amor y la fe.
Mientras tanto, en el convento empieza a sonar su órgano, con música celestial. Los monjes cantaron, cantaron, llenos del fuego del milagro; y aquella Nochebuena, que oyeron el viento llevaba desconocidas armonías del órgano conventual, de aquel órgano que parecía tocado con manos angelicales […].
Darío narra dos acontecimientos simultáneos —la adoración del fraile en Belén (un premio portentoso) y la música del órgano— separados por siglos; mas prefiere describir la atmósfera propia de las hagiografías corrientes en vez de plantear, como en un relámpago, la paradoja del tiempo y la eternidad. El hermano Longinos de Santamaría —concluye Darío— entregó su alma a Dios poco tiempo después; murió en olor de santidad. Su cuerpo se conserva aún incorruptible enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba especial, labrada en mármol.
Se observa en el cuento que la voz del narrador sobresale al emplear un tono conversacional de una leyenda antigua. Dirigiéndose a un narratario colectivo (¿pero no os dicho nada del convento?), este tono crea una agradable sensación de intimidad. El sabor de la lengua oral se refuerza con el uso de diminutivos, o con sintagmas típicos del contar a viva voz, sobre todo ante niños (con un usado trotecito […]; Y fue el caso que Longinos anda que te anda, pater y ave, tras pater y ave).2
1 Enrique Anderson Imbert: «Rubén Darío y la literatura fantástica», en Libro de oro. Semana del Centenario de Rubén Darío. Managua, Editorial Nicaragüense, 1967, pp. 145-159.
2 Gabriela Mora: «Actualización crítica de la cuentística rubendariana». Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación, núm. 101, octubre-diciembre, 2001, p. 114.